
¿Sientes a veces que no sabes qué hacer? ¿Intentas “obligarte” a estudiar, trabajar, acercarte a un chico o chica, o lo que sea, pero te quedas estancado porque le tienes miedo al fracaso? Si has respondido sí a alguna de estas preguntas, quédate conmigo. Te contaré algunas de mis experiencias, y cómo he cambiado mi forma de percibir el tan temido ‘fracaso’, algo que, ahora, hasta cierto nivel, disfruto. Sí, has leído bien. Que disfruto.
En el sistema en el que vivimos, nos han metido en la cabeza que fracasar no es una opción, que es algo negativo. Y todo comienza en el colegio, sobre todo aquí en Latinoamérica. Lo que nos lleva a tenerle miedo al fracaso.
¿Has reprobado algún examen y te has sentido mal porque, en primer lugar, tu círculo (amigos, familia, profesores) espera que apruebes todo, generándote así un miedo o rechazo a la idea de equivocarte; y en segundo lugar -más importante incluso-, compararte con el progreso de los demás? Yo sí, y puedo estar 100% seguro de que al menos una vez en tu vida tú también te has sentido así, pues es algo inherente a esta sociedad; y todo comienza desde una temprana edad. En mi caso, por lo menos, fue así. Daré unos ejemplos -banales- de algunos fracasos que he tenido en mi vida:
Mi miedo al fracaso comenzó en el colegio
Siempre me iba bien en el colegio, sacaba buenas calificaciones, aprobaba todo, y me sentía feliz corriendo a casa a decirle a mis padres: “¡tuve un 7! ¡tuve un 7!” (calificación máxima en Chile). Cuando tenía cerca de 13 años, me saqué mi primera “mala nota” -un 4.x-, no le dije a nadie, porque me daba vergüenza, y una profesora me dijo: “¡tú eres alumno de 7! ¿Qué te pasó?” A esta edad me doy cuenta que nunca me dijo nada malo, la verdad, ni con malas intenciones, pero en ese momento, siendo un pre púber, y me dijeran eso, me dolió hasta cierto nivel. Dos años pasaron -hasta que entré a la secundaria- que obtuve mi primer “rojo” (como le decimos en Chile) en un examen, el equivalente a obtener una F en Estados Unidos. Casi lloro y pensé que iba a reprobar matemáticas ese año, e incluso pensé que podía hasta repetir curso. Creía que tenía que saberlo todo y siempre obtener buenas calificaciones, y que una mala significaba que mi iría mal en todo el año. Sin embargo, a los 17 comprendí que las cosas no son así.
Uno no tiene por qué saberlo todo. No tenemos por qué ser perfectos; el fuerte de una persona pueden ser los números, otra puede tener muchas fortalezas en el ámbito musical y científico, pero no en matemáticas, otro puede tener habilidades en economía, pero no en álgebra o geometría. Así es la vida. Somos diversos. Y debemos comprender que una puta calificación no significa nada y no demuestra qué tipo de persona somos; una vez escuché esta frase, y quiero que te la guardes bien en tu cabeza: “puedes estar instruido y saber mucho de algo, pero tu verdadera educación se ve en tus modales y en tus acciones”.
Uno de los «fracasos» que más me dolió, me llevó a lograr algo impensado
Vamos con otro ejemplo. Si quieres estudiar en la universidad en otro país, y postulas a alguna/s de ellas, existen posibilidades de que te rechacen, ya sea por venir de un sistema diferente, o porque creen que no tienes un nivel de matemáticas suficiente, o lo que sea. Yo lo viví postulando a la universidad en Holanda. Quería estudiar en la Universidad de Ámsterdam, de las mejores de Holanda y el mundo. Ni en sueños me iban a aceptar para estudiar allí habiendo estudiado la secundaria en Sudamérica, habiendo obtenido un puntaje decente en la prueba de admisión universitaria chilena, y teniendo un nivel de matemáticas de mierda.
Luego postulé a la de Universidad de Utrecht; tuve una entrevista virtual con ellos, y me rechazaron porque no creían que fuera alguien ideal para la carrera y porque según ellos mi nivel de inglés no era el adecuado, siendo que poseo un certificado de Cambridge que demuestra que tengo un nivel alto del idioma; se imaginarán lo enojado que estaba y lo mucho que reclamé para solucionar ese problema. No resultó.
Luego postulé a la universidad de Maastricht, me pusieron en la lista de espera de acuerdo a un sistema de calificación que utilizan con los postulantes, y luego me rechazaron porque yo no estaba en una posición alta. Postulé a la universidad de Groningen, me dijeron que les gustó mucho mi carta de motivación, mi curriculum, y que me veían como un buen candidato, pero no me podían aceptar porque el sistema de educación chileno “básico”/”tradicional” (que no fuera un International Baccalaureate, por ejemplo), no podía ser admitido a la carrera, por lo que tenía la opción de hacer unos exámenes carísimos internacionales, o bien ingresar a una universidad “técnica”, donde los requisitos para ingresar son un poco más bajos. Me sentí mal al haber postulado en 3 procesos de postulación distintos para Holanda y nunca ser aceptado, así que tomé las experiencias de todas las otras postulaciones, con eso empecé a moverme para postular a estas universidades técnicas, y BOOM, aceptado.
Creo que debemos entender que, si bien puedes tener un objetivo, por más ambicioso que sea, existen muchos caminos para llegar a tu destino, y en ese viaje, puede que incluso cambies de dirección y, en lugar de llegar a Roma, los caminos de la vida te lleven a Madrid (es una analogía). Debemos comprender que, tenemos que planear a largo plazo, pero saber adaptarnos a las condiciones del camino y cómo se desarrollan nuestro pensamiento y formas de ver la vida. Para mí, hace 3 años (incluso hace 2), era impensable estudiar en una universidad técnica, pues creía que me iba a “quitar prestigio”. Pero, ¿saben qué? El prestigio y reputación nos lo armamos nosotros mismos. No nuestro cartelito de graduación. Y la verdad es que, legalmente, los carteles valen lo mismo.
La universidad/instituto técnico o profesional son solo uno de los caminos, y depende de ti cuál quieres seguir.
Mi último «gran fracaso». Ya no le tengo miedo
Ahora, para dar un ejemplo que no sea en ámbitos educativos. Vamos con uno laboral y de vida. Como bien pueden deducir de lo que he escrito, soy chileno. En Sudamérica encontrar trabajo es difícil, y los sueldos son miserables (en casi todo nivel). Decidí emigrar a España, lanzándome a la vida a buscar trabajo. No lo pensé. Me fui con el poco y nada de dinero que tenía, teniendo fe en encontrar un trabajo para poder juntar dinero para la universidad en Holanda, siendo que todavía no había sido aceptado… me fui con toda la confianza y lanzando todos los dados en que sería aceptado.
Llegué a España y me puse a buscar trabajo en portales de empleo, preguntando en restoranes y tiendas pequeñas. Casi nadie me tomaba en cuenta, y para las pocas entrevistas a las que me llamaron, la mayoría resultaron ser estafas piramidales. De las pocas que no eran estafas, me rechazaron en todas, exceptuando dos. La primera, una oferta como tripulante de cabina de vuelo en RyanAir, pero resultaba que debía pagar estadía y alimentación en Alemania, donde se hubiese hecho el curso de tripulante. Dinero que no tenía, y además, los tiempos no calzaban para trabajar y luego ir a la universidad.
La segunda que me aceptaron, fue para un trabajo como animador turístico en hoteles en España; el trabajo se escuchaba maravilloso, fui a un “casting” que hace esa empresa, bailamos entre todos los postulantes, jugamos, etc, y luego tuve una entrevista. Una semana después me llamaron para decirme que me habían aceptado y que debía hacer un curso con ellos (tampoco tenía el dinero, pero costaba poco comparado con lo de RyanAir, unos 100 euros); y, ¿qué pasó? 3 días después: coronavirus. Todas las industrias detenidas, sobre todo la del turismo. El curso ahora se haría de manera online y sin costo, pero sin tener certezas de cuando se podría volver a trabajar y, en mi caso, firmar contrato.
Por lo que decidí volver a Chile con mi familia a esperar a que pase el Coronavirus. ¿Qué habrían hecho ustedes sin trabajo, solos en otro país, sin dinero para pagar alquiler, y justo haber comenzado una pandemia?
La mejor opción era volver y, por último, no endeudarme más (ni yo ni mi familia). A lo que voy con esto es que, a pesar de que lo intenté, busqué, y seguí intentando, -casi- nada me resultó. Pero, ¿significa que todo fue un fracaso?
Todo lo contrario. Para mí fue una experiencia sumamente enriquecedora. Crecí como nunca antes, descubrí cosas que nunca hubiese imaginado tanto de mí mismo, como de España, y como de la sociedad en sí. Sí, fracasé en mi objetivo principal. Sin embargo, gané muchísimo.
Debemos aprender a enfrentar nuestro miedo al fracaso. Se suele obtener cosas muy positivas de él.
Gracias a todas estas experiencias, gracias a cada “fallo”, gracias a cada decisión, gracias a cada acción que he tomado, me he convertido en quien soy hoy. No soy ni de lejos la mejor persona o la peor, ni la que más o la que menos ha sufrido, para nada. Pero si de algo estoy seguro, es que nadie lo es. Ya no me comparo (o lo intento al menos) con nadie. Sigo a mi ritmo, intentando siempre aprender de los demás, de gente con más experiencia, y ese alguien puede ser tanto un adolescente de 15 años como un veterano de guerra de 90. Todos tenemos algo que dar y recibir en esta vida, yo les entrego mis experiencias y mis ideas.
No tenemos que ver el fracaso como algo malo. Aquí, en Sudamérica, lo vemos como algo negativo, y que siempre debemos ir a la segura, a la defensiva. Hasta cierto nivel, concuerdo. Me aterra lo desconocido. Pero al salir de nuestra zona de confort, es cuando realmente crecemos y aprendemos. Confía en tu proceso. Aprende de tus experiencias. No veas que algo no te resultó como un error, sino como una experiencia de la cual puedes aprender para ser mejor mañana. ¡Enfrenta tu miedo al fracaso! ¡No estás solo/sola!
Espero que hayas aprendido una cosa o dos, y te invito a unirte a mi Newsletter para recibir un correo electrónico cada vez que suba un artículo nuevo.
Muchas gracias.