
Foto de Simon Migaj en Pexels
Llegué en los últimos días de diciembre del 2019 a España, y me quedé hasta el 30 de marzo del 2020, cuando tomé la decisión de volver a Chile ya que en España, sin trabajo, estaba únicamente endeudándome, y no sabía qué podía pasar por el coronavirus ni si pudiese encontrar algo para generar dinero.
Ahora bien, ¿por qué digo que estos 3 meses en España fueron los peores de mi vida, pero a la vez los mejores?
Comencemos con el hecho de que sufro ansiedad desde hace años. Para suerte mía nunca ha sido algo tan fuerte como para llegar a tener ataques de pánico, pero sigue siendo un hecho que le sumaba bastante dificultad a mi travesía, pues para mí, por ejemplo, incluso hablarle a una chica que me gusta me genera una sensación de querer salir corriendo. Imagínense lo que es, entonces, irme solo de mi país a buscar trabajo, sin saber siquiera si alguien me contrataría, y el potencial evento de ser rechazado o sentir que estoy siendo una molestia para otras personas.
Luego tenemos la soledad, nunca había estado 100% solo en mi vida, y creo que somos pocos, o por lo menos no somos la mayoría los que hemos sentido y que verdaderamente no tenemos/tuvimos ninguna red sobre la cual apoyarnos, físicamente ni emocionalmente hablando, con otras personas. Evidentemente hablaba con mi familia y amigos todos los días, pero no es lo mismo al no poder abrazar o tocar a nadie en quien confías. Es una sensación extraña que no sabría describir… lo más cercano a explicar cómo se siente, es una especie de presión interna en el pecho y en la mente. Sí, en la mente, como si el estar solo te quitase toda capacidad de enfoque, llegando a generarte más sensaciones negativas, llanto, y frustración…
Ese es otro punto, el sentirse frustrado cuando algunas cosas no te salen bien, como por ejemplo el no conseguir trabajo incluso 2 meses de búsqueda después. No saber qué y cómo vas a comer, el miedo y el orgullo a pedirle -más- dinero a familiares que ni siquiera ellos mismos tienen… Son un grupo de sentimientos que, en caso de no poder controlar, te pueden envenenar a más no poder; y si a eso le sumas el no saber qué ni cómo vas a comer el próximo mes debido a no tener dinero… foertee.
Es difícil. Ya que no tenía mucho dinero, evidentemente tenía fe en que encontraría trabajo, ¡que algún buen samaritano me contratase! Pero quise de todas formas estar preparado para lo peor, por lo que llegué a comer semanalmente con hasta menos de 10 euros. ¿Que qué cómo comía? Pan, fideos, mantequilla, café, y a veces, avena. Nada más. Eso fue lo que comí durante todo febrero y marzo. De hecho, ya llegando el tercer mes del año, para distribuir mejor el presupuesto, hubo días en los que comía solo un plato de avena con agua al desayuno, y un plato de fideos con mantequilla en la tarde.
Quizás a muchos les parezca que estaba siendo exagerado, pero cuando uno está en esa posición, sin saber qué va a ocurrir, uno comienza a extremar recursos. Y creo que somos muchos los que hemos pasado por algo similar, independiente del nivel. Pero, ¿estoy queriendo decir que no estoy agradecido? ¿O que la culpa de no haber encontrado trabajo o de haber pasado hambre no era mía? No, para nada. Efectivamente, siempre se puede hacer más, y pude haber hecho más. Lo que estoy tratando de decir, el mensaje que quiero enviar, es que, son los momentos complejos, cuando no sabemos qué hacer ni qué va a ocurrir, los que nos hacen crecer. Muchas personas hemos sido privilegiadas de no haber pasado hambre cuando niños, de siempre haber tenido un techo bajo el cual dormir. Y tenemos que aprender a valorar cada cosa que la vida nos da. ¿Hay gente que tiene más? Por supuesto que sí. Pero hay gente que tiene menos que uno, y siguen esforzándose día a día a pesar de ello. No se andan quejando de que no tienen oportunidades o recursos, sino que se enfocan en lo que sí tienen, y eso lo usan a su favor. Esto lo estoy diciendo como alguien que efectivamente ha tenido más privilegios que muchos, y que, hasta cierto nivel, experimentó lo que es tener solamente lo básico para sobrevivir. Y fue esa experiencia, donde más solo estuve, donde más me frustré, donde más lloré, donde más rechazos recibí, donde más hambre pasé, que me hizo crecer, conocerme, y agradecer lo que tengo. Hay una frase que, si no me equivoco (dicha por Robin Williams, el actor), dice algo así: “no hay mejor maestro que un corazón roto, y una billetera y estómago vacíos”. No lo experimenté al nivel de no tener absolutamente nada y de no comer absolutamente nada, pero estuve cerca. Probablemente más por orgullo a otra razón. Pero así fue.
Ahora mismo, tras esa experiencia, estoy aprendiendo a sacarle provecho a los recursos que tengo, ir más allá de lo que está establecido como la manera segura de surgir. Esta experiencia me hizo reflexionar que la vida es más que simplemente trabajar todos los días para sobrevivir, me hizo reflexionar sobre mi futuro, el de mi familia, y el de las sociedades en países no desarrollados y en vías de desarrollo. Pero eso ya es material para otro post. Por lo que, para no irme más por las ramas, dejaré este hasta aquí.
Si has tenido alguna experiencia similar, o hay algo que quieras compartir, pues bienvenido seas a hacerlo.